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Y dale que dale

(Perseverancia versus Obstinación)

 

Evidentemente, tanto derecho tengo yo de aplicarme el calificativo "perseverante" y de considerar "obstinados" a los reivindicacionistas como derecho tienen éstos de invertir los términos. Si en la definición de "obstinarse", según la Real Academia, hay un elemento de necedad y sinrazón, tal vez haya que remitirse al dictamen de la historia para dilucidar quién ha sido más necio y menos razonable.

Lo que he querido decir al poner este título es que, por mi parte, no tengo intención de cejar en mi empeño. Seguiré intentando, como vengo haciendo desde hace bastantes años, que me escuche cada nuevo ministro de asuntos exteriores, y en general los políticos capaces de marcar nuevos rumbos. También seguiré dirigiéndome a la opinión pública, siempre que se me dé acceso a los medios informativos.

Entre las cartas que he dirigido a políticos en el poder o en la oposición a propósito de Gibraltar, escojo las dos últimas dirigidas al Presidente del Gobierno. Estas cartas no se escribieron pensando en su publicación. Al contrario, me pareció entonces que la discreción era elemento esencial para el éxito de unas gestiones que, como he podido ver después, tenían sin duda una buena dosis de ingenuidad. Visto el fracaso de mis intentos de diálogo y una vez que he optado por apelar a la opinión pública, no hay ya motivo para mantener secretas estas iniciativas.

El tercer texto incluido en esta sección no es una carta a los políticos, sino que está dirigido a la opinión pública en general, aunque no haya tenido acogida en ninguno de los diarios a los que se ofreció.

El cuarto texto (“Enhorabuena, yanitos”) se publicó en el periódico local AREA y en la edición de Andalucía de EL PAÍS, aunque en este caso con recortes

 

 

Carta a José María Aznar de 23 de marzo de 2000

 

Carta a José María Aznar de 08 de diciembre de 2000

 

"Ceguera patriótica" de 20 de noviembre de 2001

 

“Enhorabuena, yanitos”

 

 

 

23 de marzo de 2000

 

Sr. D. José María Aznar

Presidente del Gobierno

Palacio de la Moncloa                

 

 

Señor Presidente:

 

Por segunda ver me dirijo a usted (la primera fue el 14.02.99) a propósito de la cuestión de Gibraltar. Creo que, después del amplio margen de confianza que los españoles le hemos dado en las urnas (por lo cual le felicito), las circunstancias son mucho más propicias para que pueda usted tomar en consideración las ideas que le expuse, tal vez con demasiada concisión, en mi "Esquema de un plan sobre Gibraltar".

Quisiera pues solicitar su benévola atención para el siguiente planteamiento de la cuestión, que presentaré bajo cuatro epígrafes: I) Razones para un cambio, II) Propuesta de declaración, III) Análisis de fuerzas, IV) Sugerencias tácticas.

 

I) Algunas razones para revisar la política frente a Gibraltar

1) Fracaso de la política seguida hasta ahora. Es ilusorio pensar que los políticos de Londres lleguen a decirnos algo distinto de lo que siempre han dicho, es decir: “Es a los gibraltareños a quienes tienen ustedes que convencer”. Y es insensato persistir en el desdén a la población gibraltareña, que no hace sino acentuar el despego, el distanciamiento y la animadversión.

2) Imperativo de la democracia: La opinión de la población cuenta mucho en nuestro siglo y en Europa, por reducido que sea el peso demográfico de Gibraltar. Un Gibraltar español contra la voluntad de los habitantes sería una fuente de conflictos, que podrían llegar a ser sangrientos.

3) Paralelismo con Ceuta y Melilla. Es inútil invocar las innegables diferencias históricas, si recordamos que alrededor del 98 por ciento del actual territorio melillense y del 75 por ciento del ceutí fueron ganados en 1860 tras una guerra típicamente colonial. Nuestro único argumento sólido para insistir en la españolidad de las plazas africanas es la voluntad de los habitantes. Seamos congruentes.

4) El peso de la opinión pública. En el Campo de Gibraltar, hace ya tiempo que predominan las voces a favor de una política de amistad con los gibraltareños y de protesta contra las restricciones en la frontera. Sería fácil citar en este sentido un buen manojo de nombres de políticos locales o andaluces de todos los partidos políticos. También menudean las opiniones aperturistas y favorables a una superación del nacionalismo reivindicacionista entre periodistas e intelectuales de toda España.

5) La necesidad de adelantarse a los acontecimientos. La evolución hacia unas relaciones más fluidas y amistosas entre autoridades gibraltareñas y autoridades municipales, provinciales y autonómicas andaluzas es imparable, para cualquier observador cercano. La presencia del GIL en la zona hace más delicada la situación. Un gesto valiente del Gobierno central podría desactivar muchos peligros.

6) La conveniencia de que Gibraltar no sea un obstáculo para la aplicación del Convenio de Schengen y para los sucesivos pasos de integración europea.

 

II)  Propuesta de borrador para una declaración parlamentaria

Las fuerzas políticas representadas en ambas cámaras de las Cortes Generales,

CONSIDERANDO que el curso de la historia en cerca de tres siglos ha hecho nacer en Gibraltar una población con un fuerte sentimiento de identidad propia que, pese a su reducido número y al margen de consideraciones jurídicas, debe ser tenida en cuenta en el ámbito de las relaciones internacionales,

CONSIDERANDO que el legítimo deseo de España de restañar las heridas producidas por enfrentamientos bélicos, comerciales o diplomáticos de tiempos pasados no es incompatible con el respeto y la amistad que merecen los actuales pobladores del Peñón,

CONSIDERANDO que toda política que suscite dificultades y recriminaciones recíprocas en las relaciones humanas, comerciales, culturales, diplomáticas, financieras, policiales, etc. entre las poblaciones de Gibraltar y del Campo de Gibraltar, así como con el resto de España, no puede sino enconar los ánimos y retrasar el momento deseado de la reconciliación,

CONSIDERANDO que las políticas de entorpecimiento de las relaciones entre poblaciones vecinas perjudican tanto a los habitantes de Gibraltar como a los de su Campo, y en especial a los de La Línea de la Concepción,

INSTAN al Gobierno de España a que, en adelante:

1.- Procure simplificar en lo posible el régimen de controles fronterizos en el tránsito hacia y desde Gibraltar, para dar la máxima fluidez al tráfico.

2.- Negocie tanto con el Gobierno de Gran Bretaña como con los representantes democráticamente elegidos del pueblo de Gibraltar la solución de los problemas que se oponen a la convivencia pacífica, prestando también oídos a las representaciones ciudadanas de los municipios del Campo de Gibraltar.

 

III) Análisis de fuerzas

El planteamiento que podemos llamar tradicional descansa en dos principios: reivindicación de la soberanía y exclusión de la población gibraltareña y sus representantes de cualquier negociación. A mi modo de ver, quienes siguen aferrados a este planteamiento son:

·  El núcleo duro del Ministerio de Asuntos Exteriores (pero no todos los diplomáticos de carrera),

·  Muchos políticos de los dos grandes partidos estatales, más por inercia que por convencimiento,

·  Un sector de opinión heredero del nacionalismo españolista, a veces ruidoso pero de importancia numérica harto dudosa.

 

En la otra posición, la de los abiertos a una nueva política, puede preverse que se alinearían:

·   Sin la menor duda los campogibraltareños, más directamente afectados (de hecho ya lo están haciendo, como lo refleja clamorosamente la prensa local),

·   La mayoría de la clase intelectual, en la cual se han levantado ya bastantes voces de crítica del trasnochado nacionalismo corto de miras,

·   El pueblo sencillo en general, a poco que se le informe, que tiene una buena sensibilidad para los valores de la democracia,

·   En la arena política, puede darse por segurísimo el apoyo de los diversos partidos nacionalistas regionales, incluidos en primer lugar los andalucistas,

·  No sería nada difícil lograr el apoyo de IU.

 

Así  planteada la cuestión, el primer paso debería ser ganar la adhesión de los dirigentes del PP y del PSOE. Para ser más exactos: del primero de estos partidos, porque los socialistas difícilmente podrían obstinarse en quedarse solos en este asunto frente al resto de las fuerzas políticas y ciudadanas.

 

IV) Sugerencias tácticas

1.- Parto del supuesto, naturalmente, de que en la Presidencia del Gobierno y entre los dirigentes principales del Partido Popular encuentra aceptación la nueva política que se propugna. De no ser así, todo lo que aquí expongo sería inútil. Por su talante o por su cercanía a los intereses de los trabajadores españoles en Gibraltar, confío en que personas como Javier Arenas o Teófila Martínez vean con buenos ojos el eventual cambio de política. De un breve intercambio epistolar que he tenido con Manuel Fraga (que tuvo antaño no poca intervención en la aplicación de la línea política de Castiella respecto a Gibraltar) deduzco que, aunque no comulgue con mis ideas como puede suponerse, no tendría ya interés alguno en combatirlas.

2.- Suponiendo la voluntad de cambio en el PP, habría que poner mucho cuidado en no presentar la introducción de un nuevo clima de sosiego y convivencia pacífica como obra de un solo partido, sino de un consenso lealmente alcanzado entre las diversas fuerzas. Están en juego intereses importantes de España y de la comunidad internacional en la generación actual y en las futuras, y el tema no debe utilizarse como arma para la lucha entre partidos.

3.- Por ese motivo, habría que confiar las gestiones ante los otros partidos (por supuesto con total discreción en la fase inicial) a una persona independiente de cualquier partido político. El que esto escribe podría tal vez reunir las condiciones necesarias. No sólo por mi independencia y mis antecedentes, sino por tener un buen conocimiento del tema y cierto crédito en Gibraltar (Véanse  datos biográficos y lista de publicaciones, como anexos a esta carta.) Pero, no teniendo ambición personal alguna, yo mismo podría sugerir otros nombres.

4.- Para vencer resistencias, conviene hacer notar que no se trata de renunciar totalmente al objetivo de que algún día Gibraltar pueda integrarse en el Estado español, sino de reconocer que en la Europa democrática de nuestro tiempo ese objetivo no se puede lograr contra la voluntad de los interesados.

5.- También conviene utilizar como argumento las difíciles perspectivas de nuestras plazas africanas.  La política reivindicativa de cara a Gibraltar es una incitación y un ejemplo para el nacionalismo marroquí. Una política de convivencia pacífica y respeto a la voluntad de las poblaciones, además de justificar ante el mundo nuestra presencia en Ceuta y Melilla, será una invitación a Marruecos a adoptar la misma actitud.

6.- Otra posible línea de actuación para facilitar el consenso, y para hacer comprender a los adeptos del "patriotismo geográfico" que un recto patriotismo ha de basarse en las personas más que en la tierra, sería sondear la opinión pública mediante encuestas (en el Campo de Gibraltar o en toda España), o esgrimir incluso la posibilidad de un referéndum.

7.- Está claro que la nueva orientación política propugnada no resolvería automáticamente los problemas puntuales en torno a Gibraltar (contrabando, droga, blanqueo de capitales, etc.), pero que facilitaría mucho su solución. Todo es negociable, si hay voluntad de negociar.

 

En agosto de 2004, es decir coincidiendo casi exactamente con el término que usted mismo se ha fijado para su mandato presidencial, los gibraltareños conmemorarán el tricentenario de la ocupación del Peñón por una escuadra coaligada anglo-holandesa-catalana. De usted podría depender que la conmemoración no se tiña de exaltación antiespañola, sino que se haga con la serenidad con que debe contemplarse un hecho acaecido en un contexto histórico totalmente diferente del actual.

En la confianza de que esta misiva reciba de usted una atención ponderada, le presento mis atentos saludos,

 

Gonzalo Arias

 

La carta anterior obtuvo una breve respuesta de cortesía de la Secretaría del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. “Le agradecemos -me decían- su confianza en el Presidente al hacerle partícipe de sus reflexiones que serán estudiadas oportunamente por las autoridades competentes en la materia, así como su felicitación por el triunfo electoral en las pasadas elecciones.”

 

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8 de diciembre de 2000

 

Sr. D. José María Aznar

Presidente del Gobierno

Palacio de la Moncloa                 

 

 

Señor Presidente:

 

Mi anterior carta sobre la cuestión de Gibraltar, de fecha 23.03.2000, recibió el 14 de abril una atenta respuesta de la Secretaría del Gabinete de la Presidencia, en la que [se] me aseguraba que mis reflexiones serían estudiadas oportunamente.

Desde aquella fecha, tres novedades de distinto orden han venido a confirmar, a mi juicio, la necesidad de un nuevo planteamiento por parte del Gobierno español.

La primera novedad fue la reorganización ministerial. La llegada al Palacio de Santa Cruz de un ministro que no era diplomático de carrera pudo hacer concebir algunas esperanzas de cambio. Pronto se frustraron éstas, no obstante. El nuevo ministro no ha podido o no ha querido hacer frente al sector conservador del cuerpo diplomático, anclado en la reivindicación de soberanía y en la parafernalia de viejos argumentos histórico-jurídicos forjados por José María Castiella. Deduzco de ello que para abrir nuevos horizontes hace falta que el impulso venga de la Presidencia del Gobierno.

La segunda novedad es el asunto del Tireless, que curiosamente ha venido a unir a las autoridades y las poblaciones del Peñón y del Campo de Gibraltar en una misma protesta y una misma petición de que el submarino sea retirado. Es seguro que si Gibraltar fuera independiente, jamás su Gobierno hubiera autorizado la entrada del submarino en el puerto. Un argumento más para dudar de que sea acertada la política española de obstaculizar la descolonización por la vía de la independencia. Un Gibraltar que dejara de ser base militar extranjera ya no sería la vieja espina clavada en carne española, sino más bien una pintoresca e inofensiva herencia de la historia como lo son Andorra, Mónaco o San Marino.

El tercer acontecimiento que me permito señalar a su atención es el Simposio Inaugural del Instituto Transfronterizo del Estrecho de Gibraltar, con sedes en La Línea y Gibraltar, bajo el patrocinio conjunto de la Diputación Provincial de Cádiz y el Gobierno de Gibraltar y con el apoyo de la Mancomunidad de Municipios del Campo de Gibraltar y de varias instituciones y universidades españolas y extranjeras. Tuve el honor de participar en el Simposio, invitado tanto por los organizadores españoles como por los gibraltareños. Es una gran novedad que el clamor público en favor de una normalización de las relaciones con Gibraltar y el abandono de la política de hostigamiento sea asumido abiertamente por tantas instituciones.

Créame, señor Aznar: la política oficial respecto a Gibraltar está cada vez más divorciada del sentir común en el Campo de Gibraltar. También me satisfizo comprobar en ese simposio que los españoles venidos de Madrid o de otras regiones, con una sola excepción, compartían nuestros deseos de superación del añejo nacionalismo reivindicacionista.

Me atrevo a pedirle que medite de nuevo sobre la oportunidad de un programa como el que le propuse en mi carta anterior, empezando con una discreta preparación de una declaración parlamentaria consensuada entre todos los partidos. Estoy convencido de que el momento es bueno para ello.

Me atrevo a pedirle asimismo que me conceda una entrevista para aclarar todo cuanto requiera aclaración en mi propuesta.

Reciba mis atentos y respetuosos saludos,

 

Gonzalo Arias

 

Esta carta no sólo no tuvo respuesta, sino que las ulteriores declaraciones del Presidente del Gobierno no me dejaron duda alguna de que también él se plegaba a la política reivindicacionista tradicional del Ministerio de Asuntos Exteriores.

 

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Ceguera patriótica

 

Tras la conversación Piqué-Straw en Barcelona, 20 de noviembre de 2001

Una vez más hemos asistido afligidos a la lamentable exhibición de ceguera patriótica que en nuestros políticos y en no pocos ciudadanos (no creo que en la mayoría) genera la peculiar historia de un rincón de 8 kilómetros cuadrados en un extremo de la Península. La prensa y la televisión habían estado preparando a los ciudadanos españoles para recibir con alborozo lo que se anunciaba como un paso decisivo para la solución de un conflicto pronto tricentenario. Que si hay un cambio histórico en la actitud del Gobierno británico, que si por primera vez (¡?) Londres acepta hablar de soberanía, que si Gibraltar como colonia tiene los días contados... Parecía, en fin, que la conversación de los ministros Piqué y Straw en Barcelona el 20 de noviembre iba a significar el principio del fin de la presencia británica en el Peñón.

Al final, el parto de los montes. Un breve comunicado que la prensa española, no sé si por vergüenza u obedeciendo a consignas, ni siquiera reprodujo íntegramente pese a su brevedad. Las cosas quedan básicamente como estaban. Se aplaza una vez más (hasta el próximo verano) la conclusión de un acuerdo general. Se suscriben hermosas palabras no comprometedoras como mutua confianza, cooperación, futuro próspero para Gibraltar. En frase que curiosamente los principales diarios españoles escamotean, ambos ministros dicen que "nuestro objetivo común es un futuro en que Gibraltar goce de mayor autogobierno y tenga la oportunidad de disfrutar de todos los beneficios de la coexistencia normal con la región más amplia." España anuncia concesiones a los gibraltareños en relación con los servicios sanitarios y telefónicos.

Y al margen del comunicado, Straw declara a los periodistas que el Reino Unido respetará su compromiso de no ceder la soberanía contra los deseos de la población yanita, y Piqué se mantiene erre que erre en no reconocer al pueblo de Gibraltar el derecho de autodeterminación. ¿Qué hay, pues, de nuevo?

Uno quisiera adivinar que, entre bastidores, hay efectivamente alguna novedad. Quisiéramos creer que los diplomáticos británicos han conseguido algo (¡muy poco!) con sus esfuerzos constantes por convencer a sus colegas españoles de que lo que les interesa es conquistar la amistad de los gibraltareños. Quisiéramos creer que las concesiones anunciadas por Piqué y algunas de sus palabras amables responden a esa motivación. Pero mal conocería a los yanitos quien piense que tan poca cosa va a ablandarles un corazón cansado de sufrir agravios desde los tiempos a los que puede remontarse la memoria de casi toda la población madura. Y mal conocería a los burócratas aposentados en el madrileño Palacio de Santa Cruz quien piense que van a permitir sin resistencia que el interino de turno en la titularidad del ministerio vaya más allá de esas inocentes manifestaciones verbales de buena voluntad.

Nuestros políticos y diplomáticos están aquejados de una enfermedad profesional: la ceguera patriótica. Es la enfermedad que hace decir disparates como "Right or wrong, my country", o "Con la patria se está con razón o sin razón, como se está con el padre o con la madre". Es la enfermedad que  hace ver las diferencias pero no las analogías entre Gibraltar, Ceuta, Melilla, Olivenza e incluso Rosellón.

Ceguera patriótica es no querer ver que sólo en el argumento democrático, y no en discutibles títulos históricos, puede apoyarse la españolidad de Ceuta, Melilla y Olivenza, y negar en cambio la validez del argumento democrático para Gibraltar. Ceguera patriótica es recordar obstinadamente que el Peñón fue arrebatado a España por la fuerza, y olvidar que también lo fue el Rosellón.

Digo que se trata de una enfermedad profesional, porque en general el pueblo llano no la padece, salvo cuando se deja influir por propagandas removedoras de instintos primarios. Tampoco la padece la mayor parte de la clase intelectual, en la que menudean las voces críticas frente al reivindicacionismo oficial, aunque tal vez no con la frecuencia y la valentía que cabría esperar de quienes deberían ser estímulo y expresión de la conciencia ciudadana. En cuanto a los profesionales de los medios de comunicación, el diagnóstico tendría que ser probablemente muy matizado. Como la enfermedad es contagiosa, el trato frecuente entre políticos y periodistas ha afectado sin duda a muchos de éstos, lo que unido a una cierta dosis de prudencia o respeto reverencial a la autoridad hace que no sea fácil que surjan entre ellos voces discrepantes, que las guasas de los humoristas en tema tan patriótico sean mínimas y que las secciones de "Cartas al Director" no suelan dar cabida a opiniones políticamente "incorrectas".

Ceguera, pues, respecto al pasado y el presente de Gibraltar. Pero también ceguera proyectada hacia el futuro, es decir, incapacidad para una elemental previsión de los horizontes a donde podría llevarnos la realización del objetivo que se supone deseable.

En efecto: caso de una harto improbable imposición de la soberanía española sobre la disputada roca, ¿creen nuestros patriotas que la población yanita se mantendría pacífica, resignada y borreguilmente obediente? ¿No se dan cuenta de que esa situación conculcadora de unos derechos que esa población considera irrenunciables sería un caldo de cultivo para la actuación de los más insensatos extremistas? ¿Les parece poco tener en el norte del país un conflicto que ya lleva ulcerado treinta años, y están dispuestos a encender en el sur otro foco conflictivo, que no por su ínfima extensión territorial dejaría de ser desgarrador para la convivencia entre los habitantes de Gibraltar y de su Campo, que pese a todos los pesares es hoy pacífica?

Y mirando de nuevo al otro lado del Estrecho: ¿No se dan cuenta de que un Gibraltar obtenido para España por procedimientos no democráticos sería una sentencia de muerte, a no muy largo plazo, para las españolas Ceuta y Melilla? ¿No advierten que la pasión patriótica en esta orilla es un modelo que inevitablemente mimetizará la pasión patriótica en la otra orilla? Añádase el factor desestabilizador del integrismo religioso, del que en los tiempos que corren no está inmune ningún país islámico. ¿Están seguros nuestros patriotas de que la política que se sigue en nuestras dos ciudades africanas es bastante generosa, fraternal y no discriminatoria respecto a sus habitantes musulmanes para vacunarlos contra cualquier tentación de escuchar las voces exaltadas que no dejarán de venir de sus correligionarios?

Me da miedo pensarlo, pero sospecho que algunos de los que podríamos llamar "patriotas de la geografía compacta" no verían con excesivo disgusto el sacrificio de ceutíes y melillenses en aras de la unidad territorial marroquí, en la medida en que pudiera propiciar, por mimetismo esta vez de allá para acá, el sacrificio de los gibraltareños en aras de la "España Una". Insensateces mayores se han visto.

 

Gonzalo Arias

gzlarias@jet.es

Enhorabuena, yanitos

 

Vosotros sabéis muy bien, amigos yanitos, que no todos los españoles, ni mucho menos, estamos de acuerdo con la política seguida por nuestros sucesivos gobiernos en el llamado conflicto de Gibraltar. Los que os conocemos sabemos que de ningún modo se os ocurre hacer responsable al conjunto de un país de las torpezas, los agravios, los desdenes y los hostigamientos que puedan cometer unos gobernantes anclados en un estilo de patriotismo más rancio que actual. Pero también es verdad que no son muchas las voces que, a este lado de la verja, se atreven a elevarse para discrepar pública y ostensiblemente de un sentimiento que se nos pretende imponer como único digno de los buenos españoles. Por eso quiero gritar, una vez más, que no estoy de acuerdo. Y lo digo como español cien por cien, castellano viejo por más señas.

Os doy la enhorabuena por la práctica unanimidad con que os habéis pronunciado contra los planes de los gobiernos de Madrid y de Londres para decidir de vuestro futuro ignorando o avasallando vuestros deseos e intereses. Ante los planes que parecían perfilarse de una consulta popular en condiciones amañadas por los políticos británicos y españoles, no cabe duda de que fue un acierto el que vosotros mismos os adelantarais a expresar vuestra voluntad inequívoca.

Una vez más, la diplomacia española ha hecho el ridículo. Durante más de un año el ministro Piqué nos ha estado diciendo que sus conversaciones con Straw iban por muy buen camino, que había el solemne compromiso de alcanzar un acuerdo global que incluyera la soberanía antes del verano de 2002, o en todo caso en el curso del año. Un linense me decía muy convencido que no podría ser de otro modo, pues si no se cumplieran las expectativas levantadas, el descrédito para el gobierno sería insoportable. Pasó el verano, pasó el año, pasó el ministro Piqué... y no pasó nada. La nueva ministra Ana Palacio reanuda el tedioso ciclo de conversaciones, como hizo Piqué después de Matutes, como hicieron todos los ministros anteriores. Puede ser que en La Línea los simpatizantes del Partido Popular hayan menguado, pero mi amigo linense se equivocaría si pensara que, en toda España, este traspié de los populares va a costarles una sangría de votos comparable a la se supone les costará el asunto del petrolero Prestige.

 No sería sincero si diera a entender que os doy toda la razón. En todo conflicto, y más en los conflictos que con el tiempo se enredan, desvían, ramifican, repercuten y reaparecen por mil vericuetos e innumerables aspectos derivados o colaterales, es prácticamente imposible que una parte acapare toda la razón y la otra todas las sinrazones. Sin duda hay algún fundamento para las quejas españolas en cuanto se refiere al contrabando, el blanqueo de dinero o el papel de Gibraltar como paraíso fiscal. Estas cuestiones siempre me han parecido solubles por negociación, si hay voluntad de negociar. Pero tendrán inevitablemente tendencia a envenenarse si una de las partes (en este caso España) se niega a negociar.

Estoy con vosotros, pues, en lo fundamental. Y estoy convencido de que la mayoría de los españoles, debidamente informados, reaccionarían también contra el lastre patriotero heredado de otros tiempos. Un botón de muestra: en una reciente encuesta del diario campogibraltareño Europa Sur, la pregunta “¿Cree usted que los habitantes de Gibraltar tienen derecho a la autodeterminación?” recibió un 72,4% de respuestas afirmativas.

Desde 1975 vengo abogando por el reconocimiento de vuestra identidad propia como gibraltareños –ni simplemente británicos, ni simplemente españoles, por obra de la historia– y, por consiguiente, por la aceptación de vuestro derecho de autodeterminación. Es previsible que los políticos de los dos partidos mayoritarios españoles tarden todavía en abrir ojos y oídos a nuestros argumentos. Por eso mismo conviene insistir en ellos. Los recordaré de nuevo, muy brevemente, desde tres perspectivas:

 Perspectiva democrática: Es insensato, en Europa y en el siglo XXI, prescindir de vuestra opinión como primeros interesados en el conflicto. Y si se nos replica que no debéis ser los únicos llamados a opinar, ¿por qué no se quiere escuchar tampoco a los campogibraltareños?

Perspectiva comparativa: Salta a la vista la incongruencia de los gobernantes españoles que reivindican Gibraltar pero se cierran en banda a considerar las pretensiones marroquíes sobre Ceuta y Melilla. Las innegables diferencias históricas cuentan poco si se recuerda que el 98 por ciento del actual territorio melillense y el 75 por ciento del ceutí fueron ganados en 1860 tras una guerra típicamente colonial. Sólo el argumento democrático, es decir la voluntad de los habitantes, es válido para mantener la españolidad de las plazas africanas. Lo mismo cabe decir en el caso de Olivenza, plaza arrebatada a Portugal en 1801.

Perspectiva pragmática: La política de presiones y hostigamientos ha fracasado rotundamente. Está claro, en cambio, que de una relación de sincera amistad y colaboración por encima de una frontera enteramente permeable se derivarían muchas ventajas para todos. Creo en vuestra capacidad, yanitos, así como en la capacidad de linenses y campogibraltareños en general, para fomentar y cultivar el necesario ambiente de concordia en cuanto los políticos, desde Madrid, dejaran de mirar de reojo las iniciativas locales.

Digan los señores políticos, si lo creen preciso para “salvar la cara”, que por parte española no se renuncia a la ansiada reivindicación de soberanía sobre el Peñón, pero que se acepta aplazarla hasta que vosotros, yanitos, estéis de acuerdo. La congelación en esta forma del tema de la soberanía podría ser bastante para emprender el camino de la reconciliación. A las generaciones futuras incumbiría decidir si tal congelación es o no definitiva.

 

4 de enero de 2003

 

Gonzalo Arias

 

Gonzalo Arias

 

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