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Alegato por un Gibraltar gibraltareño

 
Gonzalo Arias

 

Artículo publicado en Panorama (Gibraltar, enero de 1982) y en El Ciervo (Barcelona, febrero del mismo año)

 

¿Conocen ustedes la historia de los dos locos clasificromáticos? Yo se la contaré.

Hay muchas clases de locura, pero la clasificromacia no ha recibido suficiente atención de los siquiatras. ¿Ustedes tampoco han oído nunca hablar de ella? Pues sin embargo no debe ser tan infrecuente, porque un buen día coincidieron dos locos clasificromáticos en el Museo del Prado de Madrid.

Su chifladura era al parecer inofensiva. La habían tomado con una obra maestra de Velázquez, el Cuadro de las Lanzas, y pretendían definirlo científicamente midiendo y clasificando todas las superficies cromáticas del mismo. Por ejemplo:

- Casaca del soldado holandés en primer plano, 5.310 centímetros cuadrados, color ocre.

- Llave que entrega el vencido al vencedor, 13 centímetros cuadrados, negro verdoso.

- Patas del caballo, 940 centímetros cuadrados, blanco.

Y, como su manía era coincidente, nuestros dos locos fueron así catalogando por color y extensión, tomándose muy en serio su trabajo, las vestimentas de los soldados, las banderas, las lanzas, y hasta los rostros, barbas y bigotes. Pero un día, después de catalogar el cuerpo del caballo, se atascaron en su cola.

- Es negra – decía uno.

- Es castaña, como el caballo mismo – decía otro.

- ¡Pero hombre, pareces daltónico!

- ¡La daltónica será tu madre!

Y como las voces se elevaban y la disputa tomaba mal cariz, intervino apaciguador un vigilante del museo. El cual, erigido en árbitro por ambas partes, dictaminó:

- La cola del caballo es color... ¡cola de caballo!

 

*  *  *

 

Paréceme que muchos políticos miran el mapa de Europa (o de cualquier continente) con los mismos ojos que nuestros locos miraban su cuadro. Cada superficie terrestre tiene que tener su “color” convencional, no se admiten pinceladas inclasificables. Y me temo que si trato de aplicar este apólogo a la manía de quienes quieren creen imprescindible catalogar a Gibraltar como “inglés” o como “español”, más de uno me llamará cosas peores que daltónico.

Se dice que la reivindicación de Gibraltar es una de las pocas cosas en que hay unanimidad entre los españoles. Apenas hay líder político, del gobierno o de la oposición, que no haya hablado en términos de fervor patriótico de “recuperar Gibraltar”, “devolver el Peñón a la soberanía española”, “restaurar nuestra integridad territorial”, etc. Es muy difícil para un español, por muy independiente e inconformista que pretenda ser, plantearse siquiera la pregunta de si la inmensa presión que ejercen sobre uno generaciones enteras de patriotas no nos está forzando a tomar partido irreflexivamente, sin ejercitar nuestro propio sentido crítico. ¿Cuántos de los que dicen vibrar de amor patrio se han molestado en compulsar y analizar a la luz de su razón los datos geográficos con los humanos, en escuchar a los directamente interesados, en considerar si los planteamientos de tiempos de Felipe V siguen siendo hoy válidos?

Pues bien, ya es hora de que alguien se atreva a discrepar.

Lancemos el desafío:

NO ESTOY DE ACUERDO EN QUE ESPAÑA DEBA CONSIDERAR COMO OBJETIVO IRRENUNCIABLE DE SU POLÍTICA EXTERIOR LA INCLUSIÓN DE GIBRALTAR EN EL ÁMBITO DE SU SOBERANÍA. NO ESTOY DE ACUERDO EN QUE ESA SEA NECESARIAMENTE LA MEJOR SOLUCIÓN DEL PROBLEMA NI PARA LOS GIBRALTAREÑOS, NI PARA LOS CAMPOGIBRALTAREÑOS, NI PARA LOS ESPAÑOLES EN GENERAL (AUNQUE QUIZÁ LO FUERA PARA LOS INGLESES).

Ya está dicha la barbaridad. Preparémonos ahora a aguantar la tormenta.

 

*  *  *

 

Para tratar de pensar sin prejuicio, yo invitaría a los lectores, y en especial a los campogibraltareños, a dedicar una brevísima reflexión a algunos de los sectores del vivir cotidiano en que se manifiestan los atributos de la soberanía, tratando de imaginar lo que nosotros consideraríamos como solución más conveniente en cada caso. Estos sectores podrían ser:

Moneda: ¿Qué sería más práctico para unos y otros? ¿La adopción de la moneda española en Gibraltar o la continuación de la inglesa? Me refiero naturalmente a una situación normal, de frontera abierta y contactos comerciales cotidianos. Sí, seguramente sería deseable la unificación monetaria con España. Muchos nos ahorraríamos el tener que llevar dos monederos encima, y se simplificarían los intercambios. En este aspecto, yo estaría de acuerdo en desear un Gibraltar español.[1]

Sellos de correos: ¿Qué imagen pondríamos en ellos? ¿La de Juan Carlos I o la de Isabel II? ¿O ninguna de las dos, como es lo más frecuente en la actualidad? A primera vista la cuestión parece nimia, pero no lo es tanto. La filatelia tiene hoy una importante proyección cultural y comercial en el mundo y es sabido que en Gibraltar tiene muchos adictos. Más vale dejar a los gibraltareños su autonomía filatélica.

Idioma oficial: Una vez aceptado oficialmente en España el biligüismo de ciertas regiones autónomas, se va abriendo paso entre nosotros -a veces con dificultad- la idea de que un bilingüismo cultivado desde la infancia no sólo no es un estorbo, sino que enriquece la personalidad del individuo. Para Gibraltar, nadie dudará que lo ideal es corroborar y fomentar oficialmente el uso de ambos idiomas, inglés y español.

Enseñanza: Quien tenga alguna duda sobre los medios que las autoridades de Gibraltar y del Reino Unido ponen a disposición de las escuelas de la ciudad vecina, en comparación con los medios de que disponen las escuelas de La Línea, debería hacer una visita, aunque fuera breve, a unas y otras. Por favor, no quitemos a los yanitos una de las mejores cosas que Inglaterra les ha dado.

Hacienda pública: ¿Ganaría mucho el Campo de Gibraltar o España en general con que los habitantes del Peñón pagaran su impuesto sobre la renta a la Hacienda española?

Seguramente caben distintas respuestas a esta pregunta, pero en todo caso no hay que hacer abstracción de la otra cara del problema: la ayuda financiera, directa o indirecta, que el Gobierno de Londres aporta actualmente a Gibraltar, que es muchísimo más elevada que lo que la metrópoli pueda obtener de los gibraltareños en impuestos. La carga financiera que el Gobierno británico se quitaría de encima para echarla sobre el español, en caso de traspaso de soberanía, sería gordísima.

Regulación del tráfico: Circulación por la derecha como en España, por supuesto. Ni el más feroz probritánico ha propuesto cambiar esto, que yo sepa.

Sistema jurídico: La concepción jurídica de los países latinos, con su culto a la lógica formal y a la norma escrita, puede preferirse en abstracto a la concepción anglosajona del derecho, más flexible y con más margen para el arbitrio judicial. Pero digo lo mismo que respecto a las escuelas: conozcamos la actuación real de juzgados y tribunales de uno y otro lado de la verja, comparemos los plazos respectivos de solución de los litigios, y comprenderemos que los gibraltareños no deseen cambios, en este campo como en otros.

Aduana: Esta institución no le resulta simpática a ningún ciudadano. Ya que vamos hacia el Mercado Común, lo mejor sería que no hubiera aduana alguna entre Gibraltar y La Línea.

Orden público: He conocido por dentro un calabozo gibraltareño y bastantes españoles; ninguno es agradable. Puedo comparar por experiencia personal los métodos de actuación de las policías de uno y otro lado de la verja, y conozco bastantes gibraltareños que también pueden hacerlo. Pero no es necesario entrar en detalles. Los propios medios informativos españoles, incluida la televisión, ofrecen casi a diario a los gibraltareños argumentos en los que basar su preferencia por el bobby que presta su servicio sin armas, que ha salido de su propio pueblo y en el cual (salvo excepciones siempre posibles) se ve a un amigo. ¿Por qué hemos de hacer consistir nuestro patriotismo en contrariar esta preferencia tan explicable de nuestros vecinos?

Defensa: Sólo males y molestias, sin ventaja alguna, nos ha traído a los españoles la presencia del ejército británico en el Peñón desde 1704. (Me refiero por supuesto al ejército en cuanto tal ejército; nada tiene que ver que uno pueda disfrutar, por ejemplo, escuchando un concierto de una banda militar cada lunes, en la ceremonia del relevo de la guardia.) En esto sí que ha parecido haber en algunos momentos real unanimidad entre los españoles, cuando el propio Castiella, ministro de Franco, denunciaba el peligro que la base militar británica suponía para las tierras vecinas y protestaba por la presencia en ella de la OTAN. Por desgracia, el “patriotismo” gubernamental se olvidó pronto de los argumentos de Castiella, y ahora va a ser España entera la que se entregue a la OTAN.

A primera vista, puede haber aquí un conflicto entre los intereses de los pueblos separados por la verja, ya que el gibraltareño a menudo argumenta que el ejército británico es el fundamento mismo de la economía de la ciudad, y que sin ese fundamento todo Gibraltar se vendría abajo. Pero la evolución reciente ha empezado a socavar esta creencia y se intuye ya una progresiva desmilitarización de la economía calpense que será el preludio de la desmilitarización total del Peñón. Por nuestra propia conveniencia, los españoles deberíamos facilitar  ese proceso, alejando de nuestras mentes la burda idea de querer poner soldados españoles en los acuartelamientos hoy ocupados por británicos.

 

*  *  *

 

Podríamos llegar así a la descripción de un “Gibraltar deseable” para nosotros con rasgos como moneda española, sellos de correos propios, biligüismo oficial, enseñanza predominantemente británica, ayuda financiera británica, circulación de vehículos por la derecha, jueces con peluca (pero que no necesiten intérprete para escuchar una declaración en español), unión aduanera con España, policía nativa, ejército inexistente... y podrían seguirse añadiendo pinceladas para completar el cuadro.

Ahora bien ¿es necesario preguntarse si el Gibraltar así imaginado sería “inglés” o “español”? ¿O sería un condominio, o una “cocolonia” – y perdónese la cacofonía? ¿Por qué no conformarse con decir que Gibraltar es Gibraltar, sin apellidos?

Existe Andorra, y nadie hace cuestión de amor propio su definición como territorio español o francés. Existe Mónaco, y a los franceses les tiene sin cuidado que este minúsculo enclave escape a su soberanía. Existe San Marino, y los italianos no por ello consideran que no esté realizada su integridad territorial. Existe Liechtenstein, sin que su existencia constituya motivo de conflicto entre Suiza y Austria. ¿Por qué tendrá que ser distinto Gibraltar? Porque el Peñón -se me dirá- nos fue arrebatado por la fuerza, y por la fuerza se perpetúa su situación anómala. Pues bien, coadyuvemos a la desaparición del factor fuerza, facilitando el proceso de desmilitarización, y entonces Gibraltar dejará de ser visto por los españoles como una ofensa permanente, los gibraltareños podrán ser plena y verdaderamente gibraltareños, y todos nos alegraremos de ello.

 

*  *  *

 

No debo terminar sin responder a una objeción que adivino. En el esquema del Gibraltar deseable he incluido la continuación de la ayuda financiera británica, pero también la retirada de las fuerzas armadas británicas. Esto puede parecer ilusorio para quienes creen que existe una vinculación directa entre aquella ayuda y la presencia de estas fuerzas; es decir, que el Reino Unido ayuda a la población civil de Gibraltar exclusivamente con la finalidad de que ésta no constituya obstáculo o entorpecimiento para el funcionamiento de la base militar.

Pienso, por el contrario, que hay aquí una responsabilidad histórica del Reino Unido y que no hay que dejar de recordársela a sus gobernantes. Durante la era de expansión colonial británica, Inglaterra se sirvió injusta y violentamente de la base militar de Gibraltar para sus fines. Esa era ha terminado ya, pero la presencia británica en el Peñón ha dado lugar a que crezca allí una comunidad respecto a la cual todos los gobiernos británicos de nuestros días han reconocido que tienen ciertas obligaciones en la era de descolonización, y así lo acepta la opinión pública de la metrópoli.

Yo quisiera estar seguro de que nuestros diplomáticos son conscientes de lo que aquí se juega. Un proceso de descolonización que fuera una simple sustitución de lo inglés por lo español sería visto, no lo dudemos, con alivio por quienes tienen los cordones de la bolsa de la Tesorería británica. Quijotescamente, España aceptaría una herencia de deudas y de gastos que en justicia no le corresponden.

He aquí una empresa en la que los negociadores españoles y los gibraltareños deberían hacer causa común: exigir de Londres, cualesquiera que sean las fórmulas políticas propugnadas por unos u otros, que siga prestando apoyo a la economía gibraltareña todo el tiempo que ésta lo necesite.


[1] No se hablaba todavía del euro cuando se escribió este artículo.

 

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