Reconocemos que existe violencia estructural cuando las maneras que hemos creado para servir y facilitar nuestro convivir nos violan, o están orientadas para beneficiar sólo a una parte de la humanidad al coste de los demás. Además, como James McGinnis ha sugerido, se puede estudiar la violencia estructural considerando los muchos «ismos»:

«que a menudo son los productos y ejemplos de violencia institucional -el racismo, el sexismo, el imperialismo, el neocolonialismo.»

         Otra manera de enfocar el estudio de estas violencias, difíciles de captar. es desde la perspectiva de sus consecuencias. Cuando existe desigualdad, hambre, epidemias, analfabetización, un promedio de vida bajo, marginación, pobreza aguda. etc.. está presente algún tipo de violencia estructural. Finalmente, Galtung ha sugerido que un modo de distinguir la presencia de violencias estructurales es por medio del estudio del «dominio» en nuestro mundo. Este fenómeno tiene una estructura de cuatro componentes.

l. La explotación -un modelo asimétrico de división del trabajo por el que el intercambio producido en la interacción es mucho más favorable a una parte que a la otra.

2. La penetración -un modelo por el que la parte dominante controla el centro de los dominados, controlando la mente de la persona dominada.

3. La fragmentación -un modelo por el que los dominados están divididos y separados los unos de los otros, mientras los que dominan se relacionan los unos con los otros, tratando a la vez con los dominados.

4. La marginación -un modelo por el que los que dominan establecen sus propias organizaciones, manteniendo al margen a los dominados.

         La educación para la paz tiene que dar una visión de la violencia amplia, multidimensional y lo más completa posible, de cara a los estudiantes, a fin de evitar la parcialidad de la imagen limitada y sensacionalista que suelen promover los medios de comunicación y las películas. McGinnis tiene razón cuando dice que:

«La falta de comprensión de las formas institucionales de violencia conduce a una tremenda incomprensión de la violencia en sí. La «violencia de las calles» -en verdad, se trata de la contraviolencia- es fundamentalmente una reacción a una violencia mucho más sutil y destructiva, que denominamos institucional. Es esencial que comprendamos la espiral de violencia (es decir, violencia institucional     contraviolencia-represión) si vamos a evitar el culpabilizar a la victima.»

         El objetivo de la educación para la paz es enfocar la violencia en su totalidad, sobre todo, poniendo de relieve las sutilezas y la destructividad de la violencia estructural. Aunque sea complejo, es sumamente importante que los estudiantes lleguen a percibir y comprender la raíz de las muchas manifestaciones de violencias directas y abiertas que suceden todos los días. El estudio comparativo de diferentes sistemas y estructuras sociales, económicos y políticos debe emprenderse bajo la perspectiva de analizar las maneras en que se producen o evitan las violencias estructurales. Cuando se estudia la violencia estructural es importante destacar que no hay, en la mayoría de los casos, un culpable o un propósito de violar. No obstante, esto también subraya otro punto: para cambiarlo, todos somos responsables y hemos de trabajar para que estas violencias sean cada vez menores. Nosotros, que vivimos en Occidente, disfrutamos de muchas cosas al coste de los que sufren una situación inhumana. Nuestra forma de vivir, comer, consumir y producir tiene una relación directa con lo que padecen otros en situaciones mucho más desfavorables. Así, es importante que los estudiantes tomen conciencia de su papel en todo este engranaje, de sus responsabilidades y posibilidades de cambiarlo. Por último, es muy importante conectar el valor y objetivo que representa la paz como antitético a la violencia estructural. Mientras haya manifestaciones de violencias estructurales -el hambre, la marginación, la pobreza, la explotación, el racismo, el imperialismo- no puede haber paz. En primer lugar, porque estas situaciones y formas de relacionarnos entre grupos y personas son totalmente contrarias al valor de la paz y, en segundo lugar, porque mientras existan siempre habrá manifestaciones de violencias directas y personales que reaccionen en contra de ellas.

         Con esta perspectiva, podemos pasar a considerar la violencia directa. Al principio del capítulo, hablamos del hecho de que la violencia directa surge muy a menudo en la confrontación y la intensificación del conflicto. Esto está relacionado con lo que acabamos de llamar la espiral de violencia. Distinguimos dos tipos de violencia directa: una es la reacción de los que sufren una situación de injusticia (violencia estructural) y reaccionan con violencia espontánea (por ejemplo, motines) o violencia planificada (lucha guerrillera); la otra es la represión de las primeras con la intención de mantener el orden establecido (policía antidisturbios). Fundamentalmente, se trata de la asimetría de poder. Paul Wehr comenta sobre esta dinámica tomando ejemplo de la disputa entre Israel y los Palestinos.

«El terrorismo palestino es parcialmente una consecuencia de la asimetría de aquel conflicto. Los palestinos son adversarios relativamente débiles y desesperados y, por lo tanto, dispuestos a hacer uso de medios cada vez más violentos para la lucha. La asimetría empuja a los débiles a aumentar el nivel de violencia. Las represalias israelitas son de igual manera extremadamente violentas y cruentas, en gran medida debido a que Israel es el poder dominante militar en la región y puede hacer lo que quiere. Un conflicto muy asimétrico, por lo tanto, tiende a aumentar los niveles de violencia por parte de los que tienen menos poder, que ven cómo se van limitando sus opciones, y por parte de las partes dominantes que ven poca limitación exterior sobre su uso de violencia.»

         En el fondo, la cuestión que se plantea es la de cómo cambiar una situación injusta, y de qué forma nos podemos enfrentar a una relación de poder asimétrico como la violencia estructural. Esta es una de las cuestiones clave en la educación para la paz. Por una parte, como hemos mencionado, en una verdadera búsqueda por la paz, no interesa el evitar, esconder o disfrazar estos conflictos. Más bien, la preocupación es la de re-estructurar la relación injusta y violenta, para concretarla en una relación pacífica, de igualdad, recíproca y justa. Pero esto significará dar mayor poder a las partes menos favorecidas del conflicto. Debemos clarificar que el «apoderamiento» no quiere decir «usurpar» el poder. Tampoco significa echar a algunos de los que mandan para poner a otros. La idea es menos egoísta de lo que normalmente acompaña el fenómeno «poder». En el fondo, se trata de que es imposible entablar un diálogo entre dos partes conflictivas, si uno manda y domina sobre el otro. Es imposible cambiar la injusticia, si a unos les interesa, porque sacan mucho provecho de ella y dominan sobre los otros. Es imposible cambiar la estructura que produce la violencia institucionalizada si los que sufren dicha violencia no tienen ni la oportunidad de expresarse, o son aplastados cada vez que reivindican el cambio porque carecen de recursos, autoridad y jurisdicción, mientras a sus adversarios les sobra. Y es aquí, precisamente, donde los que carecen de medios y de poder, en un conflicto asimétrico optan por la violencia contra sus adversarios como la mejor manera de luchar contra la injusticia. Por lo tanto, es ahí donde hemos de plantear un debate entre la opción no-violenta y la violenta, poniendo en cuestión tanto la eficacia como el resultado de ambas.

         La violencia, como un medio legítimo para lograr el cambio social, o para defender la estructura existente, es tan común y aceptada que, normalmente, muchas personas no se lo piensan dos veces. Lo único que se cuestiona es quién y para qué se emplea, legitimándose según preferencias ideológicas o políticas. Pero pocas veces se pone en cuestión la legitimidad y la eficacia de la violencia como medio en sí. Jacques Ellul, sociólogo francés y prolífico escritor, ha sugerido que hay «leyes» que gobiernan tanto el resultado como la dinámica de la violencia y, por lo tanto, impiden que sean eficaces. Citando y parafraseando, éstas son sus «Leyes de la violencia».

I. La continuidad -Una vez que se emplea la violencia, la única opción abierta es la de seguir empleándola, es decir, que la violencia es autoperpetuante.

2. La reciprocidad -La violencia crea violencia, es como una «nueva ética»; aquel que usa la violencia entra en una relación recíproca que siempre se renueva. «El estudio de los posibles resultados de la violencia demuestra que tendrá un resultado cierto: la reciprocidad y la reproducción de la violencia.»

3. La equiparación -Toda violencia es idéntica y, por lo tanto, igualmente justificable o injustificable según la perspectiva. «Una vez consentimos emplear la violencia, hemos consentido que el adversario la use también. No podemos exigir recibir un tratamiento diferente del que repartimos. Debemos comprender que nuestra propia violencia necesariamente justifica la del enemigo, y no podemos objetar a su violencia.»

4. La violencia engendra violencia -La violencia procrea y produce siempre más violencia. «Siempre que un movimiento violento ha tomado poder, ha hecho de la violencia la ley del poder. Lo único que ha cambiado es la persona que ejerce la violencia... ¿Cómo puede Ud defender y edificar a la humanidad cuando empieza por suprimir y destruir sus miembros? En otras palabras -palabras que son aplicables a absolutamente todos los casos: la violencia nunca logra los objetivos que ha propuesto.» .

5. La persona que la usa siempre intenta autojustificarse a sí misma y a su violencia -«La violencia es tan inapelable que todo aquel que la ha empleado, ha producido largas apologías para demostrar a la gente que era justa y moralmente justificada... Es absolutamente esencial que nos demos cuenta del lazo irrompible entre la violencia y el odio. Demasiado a menudo, intelectuales, sobre todo, se imaginan que hay un tipo de violencia pura, una violencia sin sangre, una violencia abstracta... Debemos comprender que, al contrario, el odio es el motivador de la violencia.»

             Sería oportuno agregar algunos puntos más respecto al uso de la violencia como método para regular conflictos, reflexionando especialmente en la relación que tiene con el objetivo de nuestro estudio.

Primero, hemos de hacer notar que el objeto de la violencia directa siempre son personas. La violencia no distingue entre sus víctimas al representante de la injusticia del que la sufre. Por ello, la muerte de una persona -sea la que fuere- nunca acabará con el conflicto pues, a esta muerte; le seguirán otras que, a su vez, no serán nunca compensación suficiente. No obstante, como manera de confrontación en una situación de injusticia estructural, la violencia sólo puede eliminar a las personas y ello no es ninguna garantía de que elimine forzosamente dicha injusticia.

En segundo lugar, es preciso tener siempre muy presente el hecho de que la violencia es totalmente contraria a los objetivos, valores e ideales a que aspiramos. La paz, la justicia, la cooperación, etc., son el objetivo, a la vez que los valores que queremos alcanzar y desarrollar. Hemos de reconocer que la violencia, por altas que sean sus miras y razonamientos, es antitética a esos valores, y eso debe hacernos preguntar si es posible lograrlos mediante la opción violenta.

En tercer lugar, la violencia siempre es una reacción destructiva. Como Ellul decía, está íntimamente ligada con el odio; es una reacción fuerte contra algo que se ha determinado como no deseable, y que se concreta en una acción contra alguien. No obstante, eso debe hacernos cuestionar si la violencia realmente puede ser una fuerza de edificación constructiva y creativa para la humanidad. Gran parte del trabajo por la paz consiste, no en estancarnos en reaccionar destructivamente contra lo indeseable del pasado y presente, sino en crear nuevas alternativas constructivas para el futuro. El punto clave es que este «crear alternativas constructivas» debe formar parte ya de la manera mediante la cual confrontamos los males del presente. De lo contrario, no formará parte del futuro.

En cuarto lugar, la violencia concibe el conflicto no como una dialéctica que ha de desembocar en una síntesis, sino como una competencia mortal en la que la victoria corresponde al más fuerte. El postulado básico de la violencia es la eliminación del otro, no su integración o la cooperación. Esto nos hace cuestionar de qué manera concebimos el conflicto en caso de optar por la violencia. ¿Aceptamos que la eliminación de una de las partes sea el axioma del conflicto; que la supervivencia del más fuerte deba ser el postulado de nuestra forma de regular los conflictos; y que la historia y la Verdad pertenecen al que gana y puede imponerse?

             Todo esto es suficiente para damos cuenta de que uno de los retos más grandes de nuestro tiempo es saber cómo confrontar la injusticia y a la vez respetar la vida humana; de qué forma luchar por el cambio y la paz y, a la vez, edificar la Humanidad. O, como decía Curle, de qué manera «eliminar las relaciones no pacíficas sin eliminar a las personas». Una de las posibilidades es la no-violencia, que detallaremos en el capítulo siguiente.

             Recapitulando, hemos señalado que la regulación productiva de un conflicto siempre se relacionará con la cuestión de poder entre las partes involucradas. De cara a los estudiantes, la problemática del poder tiene que afrontarse. Por una parte, los estudiantes deberían considerar ampliamente la cuestión del poder a nivel de sus relaciones interpersonales y de las maneras que les afecta. Han de reconocer que su sentido propio de significación está relacionado con sus relaciones personales, y que esto representa un tipo de poder positivo. No obstante, este aspecto positivo fácilmente se vuelve negativo cuando existen fuertes desequilibrios de poder y entra el fenómeno de dominio. Por otra parte, a nivel de grupos y conflicto social y político, debe fomentarse la perspectiva del poder que mejor fundamenta nuestro propósito de paz: la regulación creativa del conflicto, a largo plazo, se realizará más productivamente si existe un desequilibrio de poder entre los participantes. Por lo tanto, en muchos casos, el trabajo por la paz consistirá en promover la igualdad de poder, en ayudar a los que disponen de menos poder a encontrar vías de legitimarse, y desarrollar el poder suficiente para protegerse y perseguir sus objetivos en situación de igualdad. Inevitablemente, este proceso supondrá la confrontación y la intensificación del conflicto.

             Una de las facetas más importantes de la educación para la paz será el estudio del fenómeno de la violencia en nuestro mundo. Los estudiantes deben profundizar y ampliar su comprensión de la violencia. Conviene que comprendan la espiral de la violencia, lo cual supone que tomen conciencia de las violencias estructurales como punto de partida y referencia. Fundamentalmente, hemos sugerido que la paz está relacionada con la re-estructuración de las injusticias, las violencias y los desequilibrios producidos por las estructuras y las formas institucionalizadas de relacionarnos a muchos niveles, que violan a gran parte de la humanidad y benefician a unos pocos. Los estudiantes tienen que comprender que la paz no tiene nada que ver con el intento de disfrazar los intereses conflictivos, ni con evitar la confrontación. Por lo tanto, no cabe la inacción; es decir, todos tenemos la responsabilidad de hacer algo. La educación para la paz debe ayudar al estudiante a encontrar cuáles son sus propias posibilidades de actuar, y analizar cuáles son las mejores formas de intervenir en los conflictos que les rodean, especialmente para afrontar las violencias estructurales.

             También debe plantearse la otra cara de la espiral de la violencia: la violencia directa como modo de cambio. Los estudiantes tienen que considerar detalladamente los valores, la dinámica y los resultados que acompañan el uso de la violencia directa. Esto supone un debate profundo sobre la cuestión del fin y los medios, es decir, de si los fines justifican los medios. Quizás el punto más importante en la educación para la paz es el cuestionar si se pueden lograr objetivos con medios que son contrarios al valor que representa la meta. Así, tenemos que esforzamos en presentar una visión rica e ilimitada de posibles alternativas y opciones para regular los conflictos. Los alumnos tienen que tomar conciencia de que la violencia no es la única, ni la más eficaz, de las maneras de afrontar los conflictos, a pesar de que se presente como tal en nuestra sociedad e historia. Aceptar esta afirmación, sin más, es estancarnos y condenarnos a seguir por los mismos caminos que nos han conducido a nuestra situación actual, y no posibilita nuevas alternativas.

Nº 217ENERO - 2012