Nº 217ENERO - 2012

En un momento como el que estamos viviendo, en el que el poder político, deja paso al poder financiero y especulativo, donde nuestro destino y bienestar depende de algo que llaman “los mercados”, que no se sabe quiénes son, ni han sido votados ni elegidos por nadie, donde el parlamento cada día pinta menos y es el eje “franco-alemán”, quien señala las líneas que nos conducirán a nuestro futuro más inmediato, hemos creído interesante rescatar el capítulo V del “añejo” y magnífico libro, de John Paul Lederecavh:  Educar para la Paz, que a nuestro entender, cada día se hace más necesario y cobra más actualidad.

 

V. EL PODER y  LA VIOLENCIA

 

             El poder es un fenómeno complejo pero central en el estudio de los conflictos. El profesor James Duke escribió una vez que «el corazón de la llamada teoría de conflicto, en verdad, no es el conflicto, sino el poder.» Si queremos comprender la dinámica y la regulación de conflictos debemos, por tanto profundizar en nuestra comprensión del poder. No obstante, dada la complejidad del tema, el alcance de este libro no permite una investigación extensa en esta materia. Por ello, en este capítulo trazaremos una perspectiva general de la problemática que nos supone el poder en el contexto de los conflictos sociales e interpersonales, y la violencia, una manifestación que a menudo surge del intento de igualar el poder en un conflicto.

 

             El poder no se presta a una descripción simple. Incluso los teóricos coinciden en señalar que existen diferentes fuentes de poder, y que tiene varias facetas. En primer lugar, sugieren que el poder es «el producto de una relación social», no una cosa individualista que uno posee. En otras palabras, en cualquier conflicto todos tienen algún grado de poder. Pero es relativo comparado con los demás involucrados: uno tiene más poder comparado con el otro en el contexto del conflicto.

             A nivel de definición, Laue lo describe como «la potencia de controlar o influenciar las decisiones acerca de la distribución de recursos en un sistema social». concurriendo así con la perspectiva que hemos sugerido en los capítulos anteriores. No obstante, este concepto de poderes más complejo de lo que parece debido a que «los recursos» pueden variar mucho. Por ejemplo, French y Raven, en un artículo sobre las bases del poder social, sugieren que hay cinco tipos de recursos de poder:

n l. El poder del "premioes cuando se controla aquello que el otro desea o necesita y el poder consiste en recompensárselo por hacer lo que uno quiere, es decir: se determinan las acciones del otro porque se controla algo que quiere.

n 2. El poder coactivo” al contrario es cuando se determina la actuación del otro por medio de la amenaza de administrar un castigo si no cumple.

n 3. El poder legítimo” se arraiga en la posición que uno tiene en un sistema social que otro reconoce como «legítimo». y se somete a ello.

4. El poder “referente” surge cuando uno se identifica profundamente con el otro concediéndole una influencia determinante en la relación.

5. El poder “experto” se manifiesta cuando uno tiene conocimientos especiales que son útiles a otros.

         Todos éstos tienen una característica en común: el poder siempre va acompañado de algún tipo de dependencia. Emerson. a nivel interpersonal, ha basado toda su teoría del poder sobre la dinámica de dependencia. Él cree que el poder de una persona A sobre otra B, iguala el grado de dependencia que esta (B) tiene de aquella (A). Su formula, para los matemáticos es:

PaB = Dba (El poder de A sobre B = la dependencia de B sobre A).

         Cualifica esta fórmula señalando que el grado de poder depende de la importancia del recurso u objetivo en cuestión que A controla y las posibles vías alternativas para realizarlo que B tendría a su disposición. De todos modos, esta idea sugiere que mucha dependencia en cualquier relación es una manifestación de un desequilibrio marcado de poder, y facilita la manipulación y explotación.

         Esta idea de dependencia es válida tanto para individuos en conflicto, como para grupos y naciones, Gene Sharp, sociólogo y estudioso de la no-violencia. ha aplicado el concepto de dependencia a la política, pero, paradójicamente, para destacar las limitaciones del poder político. A menudo, el poder político, sobre todo de un dictador, se percibe como inalterable, monolítico y sin debilidades. En cambio, Sharp analiza que cualquier poder político, por totalitario que sea depende de la cooperación de múltiples fuentes sociales, económicas y políticas y, por lo tanto, es frágil. Según esta visión, el elemento más importante en el poder político es “el grado de cooperación, sumisión, obediencia, y asistencia que el gobernante puede obtener de sus súbditos”. Su poder no es permanente, sino que «siempre se basa sobre una frágil e intrincada estructura de relaciones humanas institucionales.»

         Cuanto más se estudia la conflictividad social, al nivel que sea, más se percibe el lugar destacado que ocupa el poder en ella. Si nuestro propósito es comprender la dinámica del conflicto, a fin de regularlo más productivamente, debemos ser siempre conscientes de la relación de poder entre los contrarios. Preguntas como las siguientes ayudan a analizar dicha relación.

 

¿Qué grado de dependencia existe entre las partes?

¿Quién depende más de quien?

¿Quién controla más fuentes de poder y recursos?

¿A quién le importa menos el conflicto y su regulación? (señal de más poder)

¿Quién controla el proceso de toma de decisiones que afectan a todos?

¿Quién no quiere que la relación conflictiva cambie sustancialmente? (señal de que beneficia y tiene poder).

 

         Un esfuerzo pedagógico que intente transmitir conocimientos acerca de la conflictividad social, también debe clarificar, de cara a los estudiantes, la significación que puede representar la perspectiva ética del poder. Un buen punto de partida puede ser un debate sobre lo que dijo Lord Acton al Obispo Creighton en 1887: «El poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente.» Probablemente éste es el dicho más conocido, e intuitivamente más aceptado, acerca del poder. Sin embargo, ésta es una visión parcial y negativa del poder, y es conveniente ampliar nuestra perspectiva si nos interesa comprender el papel del poder en los conflictos.

 

         David Kipnis ha realizado una serie de investigaciones y experiencias acerca de la afirmación de Acton, y sus conclusiones la confirman. Él ha estudiado extensivamente la relación de poder entre los «poderosos» (aquellos con un superior poder en la relación) y los que tienen «menos poder», en situaciones sociales (por ejemplo, entre Señoras y sirvientas, jefes de departamento y los trabajadores comunes, o carceleros y prisioneros). Concluye que el poder transforma, con sorprendente consistencia, al que lo tiene: a menudo, llega a creer que es superior, cambia su moralidad (a fin de preservar o extender su influencia) y cambia su percepción de otros. A base de estas experiencias, desarrolla un modelo de fases que tipifican esta transformación, que resumo a continuación:

 

l. El control de recursos que el «menos poderoso» necesita o desea, aumenta la probabilidad de que el «poderoso» intente influenciarle a fin de satisfacer deseos personales.

2. Si el «poderoso» opta y se sirve de métodos directivos y controlantes de cara al «menos poderoso» (en vez del diálogo o la persuasión personal), a fin de lograr sus deseos, y el «menos poderoso» consiente;

3. Surge la noción de que el comportamiento del «menos poderoso» no es auto-generado sino «originado y causado» por el «poderoso);

4. Lo que provoca una devaluación de las capacidades del «menos poderoso), y

5. Una preferencia, por parte del «poderoso», de distanciarse social y psicológicamente del «menos poderoso»;

6. Simultáneamente, el «poderoso» se auto-evalúa como superior al «menos poderoso».

 

         Debemos destacar que la clave de la transformación es la percepción del «menos poderoso», que sigue el empleo de un modo más dominante por parte del «poderoso». También hemos de resaltar que esta transformación es probable, pero no inevitable. No obstante, estos resultados sugieren que el poder afecta al comportamiento y a las actitudes del que lo detenta.

 

         Rollo May ha estudiado esta cuestión, pero desde otro ángulo. Está convencido de que no comprendemos bien el concepto de poder porque sólo reflexionamos en su significado peyorativo. Él prefiere hablar de poder, no en el sentido «competitivo», sino en el de la «auto-realización». Para May, el poder es una «descripción de un aspecto fundamental del proceso vivencial», y, por lo tanto, es «esencial a la existencia humana». Su afirmación más básica, desde la perspectiva psicológica, es que el poder está íntimamente conectado a nuestro sentido de significación propia; que el poder es necesario para sentirnos significantes en el contexto social. Es decir, nos afirmamos y nos sentimos importantes cuando reconocemos que tenemos un impacto, que influenciamos, que contamos por algo en nuestra relación con los demás. En el fondo, esto es un tipo de poder, aunque está claro que aquí el poder se entiende como influencia mutua y no dominio. May realiza esta investigación para lograr describir cuáles son las fuentes de la violencia. Su conclusión, desde luego, hace pensar.

 

 «La violencia tiene su nacimiento en la impotencia y la apatía... (es) el estado de impotencia que conduce a la indiferencia... (y que) es la fuente de la violencia. En la medida en que hacemos de la gente personas sin poder, promovemos su violencia y no el control de la misma. Hechos de violencia en nuestra sociedad se realizan fundamentalmente por aquellas personas que intentan establecer su significación propia, defender su imagen y manifestar que ellas, también, cuentan... La violencia surge, no de una superfluidad de poder, sino de la impotencia»

Pienso que ambas suposiciones, aunque a primera vista parezcan contrarias, subrayan y apoyan la característica más importante del poder: el desequilibrio de poder corrompe y cría violencia. Además, en el contexto de conflictividad, el desequilibrio de poder impide, casi siempre, una regulación productiva. La razón por la cual la acumulación de poder -o la igualdad de poder entre los contrarios- es un valor crucial en la regulación productiva de un conflicto, es el evitar la deshumanización (devaluación de la persona) del que tiene menos poder, y permite que participe plenamente como un igual en la tarea de moldear su destino y el del mundo que le rodea. Sin ello, la solución del conflicto siempre será beneficiosa para unos y perjudicial para otros, perpetuando así situaciones injustas. Aquí reside la afirmación que fundamenta nuestra perspectiva del poder: creemos que los involucrados podrán regular más productiva y creativamente sus conflictos, a largo plazo, si existe un equilibrio y reciprocidad de poder entre ellos. Esto no quiere decir que de otro modo los conflictos no puedan solucionarse. Los conflictos asimétricos -con un desequilibrio de poder- se resuelven a menudo, pero es improbable que sean soluciones que afronten los verdaderos problemas de aquéllos que tienen menos poder, o que fomenten su plena participación en el proceso. Por lo tanto, es dudoso que puedan crear vías que conduzcan a la verdadera paz y justicia.

         No obstante, tenemos que darnos cuenta de que es ingenuo pensar que el desequilibrio de poder se iguala pidiéndoselo al más poderoso. Antes bien, el proceso de apoderamiento es un proceso de confrontación y de intensificación del conflicto. Muchos piensan que la regulación de un conflicto equivale a suavizarlo o pacificarlo. Al contrario, muchas veces significa aumentar la intensidad del conflicto. En una búsqueda honesta por la paz, no interesa esconder o disfrazar las fuentes verdaderas del conflicto, a fin de evitar la confrontación e intensificación del mismo. Según los valores que hemos expuesto en los capítulos anteriores, nos interesan soluciones y alternativas que traten abierta y profundamente los problemas que nos presenta el mundo de hoy, y que puedan beneficiar al máximo los intereses de todos, no de unos cuantos. Por lo tanto, en muchos casos, igualar el poder significará intensificar el conflicto. A su vez, la confrontación y la intensificación del conflicto, a menudo, producirá otra dinámica que exige nuestra debida atención: la violencia.

         Anteriormente, hemos diferenciado entre la violencia estructural y la directa. Ahora, nos conviene clarificar esta distinción, que al mismo tiempo nos ayudará a percibir mejor el papel del poder en los conflictos. Dijimos en el capítulo anterior que el conflicto se enfoca, casi por completo, alrededor de sus consecuencias destructivas que, en el fondo, no son otra cosa que manifestaciones abiertas de violencia. Sin embargo, antes de considerar estas violencias debemos profundizar nuestra comprensión de las estructuras porque, muy a menudo, las violencias abiertas representan una reacción contra las estructuras más violentas. Digo escondido por el hecho de que no son visibles. En cambio, la violencia directa es muy visible. Es algo que se puede seguir, se puede contemplar; incluso se presta a filmar. La mayoría de las películas recogen precisamente la Violencia directa Se puede filmar que un atracador mata al policía: es una violencia directa, personal e indiscutible. Las noticias telediarias suelen recoger imágenes de estas violencias: las guerras, los atracos, los asesinatos, etc.. son ejemplos cotidianos de violencia que se puede ver, contemplar y comprobar.

         El problema es que las violencias estructurales, frecuentemente, son peores, pero no se ven. La violencia estructural no es como la directa; pasa más bien inadvertida. No es posible filmarla, porque es debida a una estructura social, a una forma de llevar las cosas, a una manera institucionalizada de relacionarnos. La única forma de percibirla es por sus consecuencias. Esto también es diferente de la violencia directa y personal. La violencia personal se distingue, sobre todo en Occidente, por la intención de hacerla. Esto viene a ser uno de los postulados de la justicia criminal: se comprueba la violencia por la intención. En cambio la violencia estructural únicamente se comprueba por las consecuencias. Mientras que en la violencia directa y personal se puede contemplar el acto (incluso filmarlo), y comprobar tanto la intención como la consecuencia, en la estructural no se puede filmar, el acto: no hay intención, sólo consecuencias. Por ejemplo, el hambre en el mundo mata a millones de personas cada año, y representa una tremenda violencia. No obstante, nos es imposible filmar el acto de cometer esta violencia. No hay nadie que lo haya deseado. No hay un culpable o culpables que lo hayan cometido a propósito. Sólo hay consecuencias –y éstas sí que se pueden filmar-. Otra faceta del mismo problema es que nuestros sistemas éticos están orientados para señalar y luchar contra las violencias personales, pero no tan claramente contra las estructurales. Esto se explica en gran parte por el hecho de que asociamos mucho más la idea de «culpabilidad» con la de «intención» de cometer un acto violento, y mucho menos con las «consecuencias» de nuestras acciones.

         ¿Cómo, entonces, podemos reconocer la violencia estructural? Por una parte, lo que ya destacamos en el capítulo II. La violencia es la causa que no permite que las personas disfruten de una vida mínimamente humana. Esta es una definición de Johan Galtung y explica, además, lo que entiende por la «realización humana fundamental», que se concreta en cinco necesidades elementales, que parafraseo aquí.

l. La comida -Fisiológicamente, nos hace falta consumir una serie de elementos sin los cuales no podemos sobrevivir; éstos son los alimentos, el agua y el aire.

2. El vestido/techo -Esto se refiere a la necesidad de adaptarnos y protegernos del clima en que vivimos.

3. La salud -A pesar de que tenemos los dos anteriores, pueden manifestarse en nuestros cuerpos enfermedades y dolencias que se han de curar.

4. La comunidad -Los tres anteriores se referían al aspecto físico de la vida humana; esto se refiere a las necesidades sociales y psicológicas para la vida humana. Comunidad se refiere a la necesidad de tener relaciones, amor, compartir con otros, etc.

5. La educación -Está relacionada con la necesidad de cultura, y de poder reflexionar, de manera creativa y critica sobre ella.

         En sus propias palabras, Galtung dice:

«Esta lista de cinco necesidades nos parece trivial a nosotros que estamos empapados de elementos como el aire que respiramos. Sin embargo, después de dos o tres millones de años de vida humana en la tierra, particularmente después de los últimos 500 años de «crecimiento económico», la humanidad aún está en la situación en que estas necesidades están lejos de verse satisfechas para la mayoría. Estos problemas, extremadamente fundamentales y elementales, aún encabezan (o tendrían que hacerlo) la lista de prioridades políticas. ¿Por qué? Dicho brevemente, no es porque no hemos trabajado ni producido. Pero la producción ha sido organizada de mala forma. Al nivel fundamental -suficiente comida, vestido y techo, un nivel razonable de salud, comunidad y educación- estas cinco necesidades habrían podido satisfacerse para todos. El fracaso de no satisfacerlas es evitable, lo que quiere decir que hay violencia presente.»