nuestro coche. Ahí mis amigos lo distribuirán, a ver si otro se animara”. –“¿Ese mismo día en el que tú saldrías?” –“Si, u otro día porque serían varios domingos sucesivos. Yo daría la “chispa” y luego dejaría todo en manos de la providencia. Algo tendrá que suceder.”

Yo me quedé pensativa: En los tiempos atrás él había hecho varias, no sé cómo llamarlas, locuras. Yo seguía confiando en él y después, al final, todo salió bien...

           Pasaba el tiempo hasta que una noche le dije: “Anda pues, ya no quiero pensar más en ese asunto, ¡¡¡adelante!!!”. Ahora fue él el que preguntó: “¿Y tú, y los niños?” – “¿No decías que confiabas en Dios?”

Vino el día en el que estaba nuestro coche, un VW-familiar, lleno de paquetes con los “Encartelados”, Gonzalo llevaba señas de amigos que se encargarían de repartirlos.

Antes de marcharse, en un domingo, reunió a sus hijos, menos a la pequeña Martita de tres años. Les contó un cuento en el que pasaba que alguien, por querer hacer el bien, lo castigaron. Pero que, al final, siempre la verdad sale a la luz, y todo terminaba bien... Que él se iría ahora solo a España y que, dentro de algún tiempo no volvería, pero que pensaría mucho en ellos y en mamá y que llegaría un día, en el que todos volveríamos estar juntos. ¡¡¡Adiós papá, adiós!!!

Varios días de espera... Por fin una llamada, era él: “He tenido un accidente en Madrid y ya no dispongo de coche.” –“¿Y los libros?” –“Todos repartidos en coches particulares y en taxis. Ahora hay que esperar a que venga el día”. –“Y tú, ¿qué haces?”

2-enero-1977

Momento de una de las muchas  e interminables asambleas

celebradas durante la 7º Marcha.

–“Doy alguna charla en casas particulares. ¡Todo saldrá bien! Muchos, muchos besos.”

Yo recordaba para mí, lo que me había contado que no se podrían reunir muchos juntos. También me decía en mis adentros, sin poder hablar con nadie, ninguna hermana, buena amiga, sólo vecinos, ¡que no hubieran comprendido nada!

A sus charlas en Francia anteriores al acto en España, había asistido yo y fui comprendiendo lo que significaba la “Noviolencia-activa”: No era ser buenecito, no hacer ningún daño a nadie, no meterse en líos de manifestaciones, sino todo lo contrario, h a c e r algo, dar la cara , aunque, por ello te castiguen a ti mismo... “¿Qué le harán a mi Gonzalo?”...

             Los niños me preguntaban, no les conté lo del accidente, habría que esperar. Por las noches me decía: “¿No habrá sido una advertencia de

Dios, el accidente?” Yo lloraba de noche, pero de día me mostraba contenta, estaba en tensión. ¡Hubiera preferido que ya fuera el 20 de octubre!

Me había dejado lectura: Gandhi, Martin Luther King, Lanza del Vasto, que era francés, Los ojeé todos, me parecían unos héroes, ¡pero qué tenían que ver con mi marido! Algo tenían que ver, así tenía yo algo que contar a mis hijos, para que más tarde pudieran ellos atar cabos. Eso de no obedecer órdenes injustas, eso les gustaba, pero cuidado, no os penséis que una orden es injusta porque no os guste... y les contaba ejemplos. Pensaba que esta enseñanza debería haber sido antes de la decisión de Gonzalo, de ponerla en práctica. Se notaba que tenía prisa, no sea que mas tarde tuviera pereza o algún impedimento cualquiera hubiera puesto a rodar todo... ¡Pobre papito, siempre con esas prisas! A él le dio la llamada y no quería que Franco se le muriese antes de tiempo. Yo procuraba tener a mis hijos bien preparados.

Llegó el 20 de octubre. Le cogieron andando por la calle Princesa, unos 15 minutos: “Ya tenemos al Encartelado” dijeron los grises por el walkie. ¡Cuánto le gustó a Gonzalo que le habían dado nombre!  Me iban teniendo al corriente los amigos por teléfono o por carta. A nosotros nos escribía Gonzalo cartas muy emotivas y bonitas, dándonos mucho ánimo. Yo le escribía largas cartas y tenía que esperar mucho para recibir la contestación. La alegría de haberla recibido duraba luego mucho tiempo. Se notaba que las cartas habían sido abiertas, revisadas...

Cuando antes de empezar Gonzalo con “Los Encartelados” y yo me enteraba de historias tristes, nunca me había imaginado que eso me podría tocar a mi, ¡esas historias siempre les pasan a otra gente!

Supe que al ser detenido ese 20 de octubre, se encontró abajo en los calabozos de la Dirección gral de Seguridad a otro   e n c a r t e l a d o. No lo había conocido anteriormente. Ese salió espontáneamente y llevaba un cartel que sólo ponía NO VIOLENCIA. Pensaban los dos: por pedir no violencia me detienen, entonces lo que habrá que pedir será la violencia... A ése le soltaron al poco tiempo.

En los periódicos españoles hablaban de agitadores, obedeciendo a consignas dictadas desde el comunismo internacional, intentaron perturbar el orden en el centro de la capital. La maniobra fracasó totalmente gracias a la rápida y eficaz intervención de la fuerza pública y al buen sentido de la población, de no dejarse engañar.

             En otros países había hecho correr ya tinta abundante. Ese “algo”, ese fenómeno, esa moral, era lo que en varios países se llamaba la “Noviolencia”.

En su novela, Gonzalo había planteado la posibilidad de que, después de la primera “chispa”, se lanzarían otros a seguir su ejemplo en cada domingo más y más pero no fue así en la realidad; la gente no estaba madura todavía, tendría que pasar más tiempo. La Historia no avanza tan rápido como uno quisiera. Sin embargo, una semilla quedó, la cual empezó a germinar.

Un día recibí la llamada de “Amnistía Internacional”, pidiéndome que fuera yo  a Londres para encender la “Llama de la Paz”. Les contesté que lo sentía mucho pero que tendría que quedarme con mis hijos. Tantas llamadas recibía, en las que no podía pronunciar la palabra c á r c e l... Hasta que me preguntó una vez Martita: “¿Es que papá está en la cárcel?” “Sí, mi vida, pero por poco tiempo. No te creas que ha hecho algo malo”. Esa noche tuvo una pesadilla muy fuerte y gritaba: “¡No quiero que a mi papá le metan en la cárcel, el es muy bueno!” Tardé bastante en tranquilizarla, pobrecita.

En la cárcel Gonzalo tuvo mucho tiempo para pensar. Ahora era la Objeción de Conciencia al Servicio Militar, la que le preocupaba. Conoció en la cárcel a miembros de “Testigos de Jehová”, los cuales se habían negado a hacer el servicio militar y por eso los metían en la cárcel. ¿Cuándo también los católicos se atreverían a ser objetores? pensaba él. O quién lo hiciera por motivos éticos. El Concilio Vaticano Segundo dice: “El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia, los dictámenes de la Ley Divina y para llegar a Dios, que es su fin, tiene la obligación de seguir fielmente esa conciencia en toda su actividad.” Ya iba germinando otra acción relacionada con la No Violencia.

A toda esa aventura de Gonzalo se añadió otro contratiempo: La muerte de su padre. Su padre, magistrado del Tribunal Supremo, hombre

muy recto y honrado, al enterarse de la hazaña que había hecho su propio hijo y que le había llevado a la prisión, dijo a su familia, a  sus compañeros : “¡Cómo voy a mover yo un solo dedo para sacar a mi hijo de la prisión, eso me es imposible, no puedo!”... Pocos días mas tarde de pronunciar esas palabras, murió de un infarto cardíaco.

Al recibir yo esa mala noticia no pude más que pensar de nuevo: “¿No será, como en el accidente, una llamada de Dios?” Muchos meses después me atreví plantearle a Gonzalo esas ideas mías, las cuales a su vez también pasaron por su mente.

             Gonzalo pidió hablar con su abogado para que consiguiera el permiso de poder asistir al funeral de su padre, lo que le fue consentido. Y aún mas: Pensó Gonzalo y se lo dijo a su abogado: “Una vez ya fuera de prisión sería posible, ¿que yo aprovechara para ir a Francia para recoger a mi familia? Eso se me ocurre ya que la sentencia dicta que todavía me quedan 7 meses de cárcel. Teniendo a mi familia aquí, me podrían visitar semanalmente y la espera sería más llevadera para ellos.” El abogado prometió hablar con el juez.

Recibimos la noticia de la muerte del abuelito. “¿Que se ha muerto el abuelito?, no, ¡no puede ser!” gritaban los niños, “¡Era tan bueno!”... le llamaban “Pito” porque de pequeños no hablaban español, y a la abuelita “Pita”. El tenía llave del piso de Madrid y de pronto estaba entre nosotros y los niños alrededor de él gritando: ¡Pito, pito Pito! Y él se ponía a jugar con ellos.

Pensaba yo: Ese abuelo tan bueno, tan comprensivo para todo, no había comprendido a su propio hijo. Había querido comprenderlo pero, estando su corazón enfermo, (lo que no sabíamos), era demasiado para él.

Y Gonzalo volvió por un tiempo, ¡qué alegría! “¿Ya te quedas para siempre?” No hijos, no, vengo para llevaros a todos a España. “He encontrado un piso, o mejor dicho dos unidos por una puerta, en... el Escorial. Como vendrá el verano, podréis pasarlo mejor ahí, porque tiene... ¡piscina!” ¡Qué alegría! –“¿Y tú?, ¿y el cole?” –“Ahí también hay colegio, qué os creéis, y yo volveré más tranquilo a la cárcel, teniéndoos más cerca y con la posibilidad de veros los domingos.” –“¿A la cárcel, otra vez?” –“Sí, he tenido que prometer que no me escaparía, que sólo iría a buscaros. A la cárcel iré otra vez, para cumplir mi condena, mi castigo.” –“Pero, ¿por qué?” –“Por haber pedido elecciones libres  y eso todavía no las deja hacer un señor que se llama Franco y que es el que manda en España, ¿sabéis?”

Esta vez, la mudanza era internacional, y con muebles incluida.

Habrá que buscar un gran camión para que lleve todo, todo. Pero, ¡el colegio, qué pena tener que dejarlo! ¡Y los amigos, las amigas! Ahí serán otros, otras. Se quedaron muy pensativos, no sabían si ponerse contentos o tristes.

Por la noche me dijo Gonzalo: “Por ahora son solo amigos, más tarde serían novios, novias, ya sería más difícil volver a arraigar en España”... –“Pero dime, ¿entonces has quemado ya las naves?” –“Sí, he tenido que hacerlo, porque metiéndome en política, ya no me dejan trabajar en la Unesco, que sólo se ocupa de cosas culturales” –“¿Y el trabajo, cuando salgas de la prisión?” –“Lo he pensado todo, luego trabajaré desde España haciendo traducciones, también para otros organismos internacionales, que sí se meten en política. Los hay en Ginebra, Londres, Roma. Se sentía seguro, me decía.

Tuve que despedir a los hijos de sus colegios, donde todos habían sido muy buenos alumnos. La maestra de Diego hasta me dijo: “me quita Vd. a mi mejor alumno ¡A los 6 años, sabe muy bien leer y escribir en dos idiomas!” Precisamente a Diego le iba luego costar mucho aclimatarse a un colegio español durante toda la época de sus estudios, tanto así que no llegó a terminarlos, buscando volver a sus raíces.

Como ya dije antes, mientras Gonzalo estaba en la cárcel era la “Objeción de Conciencia” al servicio militar obligatorio,

Marcha desde Ginebra pidiendo la libertad para Pepe Beunza

lo que le rondaba por su mente. Si eran capaces los testigos de Jehová de negarse a hacer el servicio militar, ¿por qué no un católico, o alguien a quien su conciencia le impulse a  negarse a ello?

             Pues sí, lo había en España. Era el primer objetor de conciencia español: Pepe Beunza de Valencia, al que su conciencia le obligó, por motivos éticos, a no hacer el servicio militar y que por ello estaba ya en la cárcel de Valencia.

Al salir Gonzalo de Carabanchel, después de un paréntesis con su familia  muy feliz, fue interesándose por ese valiente Pepe Beunza. Toda la familia le escribimos una carta a la prisión de Valencia, ya éramos amigos suyos. Gonzalo fue conociendo a otros simpatizantes de Pepe Beunza  y muchos otros en el extranjero.

En 1971 empezó Gonzalo, junto con objetores franceses y simpatizantes españoles, a hacer una  campaña por el derecho a la objeción de conciencia en España. Organizaron una “Marcha a la Prisión”, donde estaba Pepe. Decidieron siete españoles, entre ellos Gonzalo, empezar esa marcha en Ginebra y atravesar toda Francia hasta la frontera franco-española de Bourgmadame. ¿Por qué eligieron Ginebra como punto de salida? Gonzalo lo explicaba así: “Por su propia naturaleza internacionalista. Somos españoles, pero antes que eso somos hombres. La solidaridad mundial debe ser para nosotros un sentimiento más fuerte que esos nacionalismos estrechos, que se nos están quedando anticuados. Al atravesar Francia, dando mítines en diversos pueblos, se les iban sumando muchos franceses y de otros países. Se ocupaban de buscar alojamiento en escuelas para pernoctar (era semana santa y las escuelas estaban vacías). Acompañaban a los caminantes con una furgoneta, hacían las compras, cocinaban y esperaban a la comitiva en la siguiente etapa, donde también daban pequeñas charlas y ruedas de prensa y la gente les animaba.

Recibimos una carta de Gonzalo preguntándonos si querían las tres mayores, Irene, Sonia y Ana, conmigo conduciendo, acompañarles en el sur de Francia durante las últimas etapas. Ni que decir tiene, que a las niñas les encantó esa idea y, como poco a poco se iban interesando cada vez más por las ideas de su padre, acepté. Nos encontramos en el monasterio benedictino de Saint Michel de Cuxa, que había ofrecido a los caminantes una semana de reposo. Las niñas participaron en la marcha junto a su padre. Cuando una se cansaba, se venía conmigo en el coche hasta la siguiente etapa. Estaban encantadas, ¡otra vez en Francia! Como la mayoría eran franceses, podían hablar en francés con ellos y caminar por paisajes preciosos.

Antes, los cinco  españoles habían escrito una declaración al ministro de defensa y repartían una carta de Pepe Beúnza a los militares españoles. En la frontera la policía ya les estaba esperando. El 11 de abril 1971 ya eran 700 personas, las que querían pasar con los cinco españoles la frontera, y muchos más simpatizantes. Los cinco españoles llevaban naturalmente sus carteles en pecho y espalda. Eran, otra vez, “Encartelados”.

             Todos guardaban silencio al llegar al puente internacional. Las tres niñas y yo íbamos justo detrás de ellos, el coche lo había aparcado. Los que les acompañaban estaban asustados e impresionados. Al llegar al punto de la frontera española, los cinco fueron detenidos. Yo pregunté si podía, junto con mis hijas, acompañarles en la comisaría, que era la mujer de Gonzalo Arias. Después de consultar al jefe, el que quería aparecer muy humano, nos dejó pasar junto con el coche. Los demás acompañantes se sentaron en el puente internacional y continuaron la protesta de forma simpática pese al miedo y la emoción, hasta que la policía, aprovechando la noche, cargó brutalmente contra ellos. El furgón con los detenidos y yo con las niñas en nuestro coche detrás, ya nos habíamos alejado. Durante horas había estado incomunicado el puente internacional.

Los llevaron primero a Barcelona, luego de nuevo a Madrid-Carabanchel, donde volvieron a empezar las visitas domingueras a la prisión. Se arriesgaron a entre 6 y 12 años a Gonzalo la máxima, por considerarle el organizador. Luego no fueron tantos años, ya no me acuerdo pero en una de las visitas le dije a Gonzalo que por favor, ya no más.

Tengo que decir de todas las maneras, que Gonzalo tuvo en toda su vida una clarividencia que me asombraba. Nunca ha tenido miedo de la represión. No sé si era realmente una fe en Dios muy grande, o si sabía leer el futuro. Siempre las condenas, que al principio parecían tan grandes, al final se quedaban en mucho menos. De hecho, siguieron durante años las protestas de los objetores e insumisos internacionalizándose, hasta que ahora son historia, al haber conseguido su objetivo: la supresión del servicio militar obligatorio.

Gonzalo siguió soñando en un futuro mejor. La utopía era la desaparición de los ejércitos, las guerras, el comercio de armas... y el camino era la transformación del ejército, así lo enfocaba en su libro “El ejército incruento del mañana”: fue el comienzo de una campaña de charlas y recogida de firmas para su “proposición de Ley de Opción Por la Paz”.

Al final de su vida, haciendo un resumen de sus acciones, Gonzalo se confesaba un fracasado. No consiguió los objetivos que se había propuesto, pero dejó una semilla en el movimiento pacifista. ¿Llegarán a cumplirse en un futuro esos sueños suyos?

             Yo y todos mis hijos, fuimos aprendiendo mucho de él.

Hilde Dietrich.

Nº 184ENERO - 2009