Depósito
Legal:
MA-1584-89MARZO-2010
Nº 197

         cuántos días más seguiré en vida,” dice tranquilamente Malalai Joya.

 

Los señores de la guerra que componen el nuevo gobierno “democrático” en Afganistán han estado enviando balas y bombas durante años para tratar de matar a esta pequeña mujer de 30 años proveniente de los campos de refugiados – y parecen aproximarse más con cada intento. Sus enemigos la llaman una “muerta andante.”

 

“Pero no temo a la muerte, temo guardar silencio ante la injusticia,” dice simplemente. “Soy joven y quiero vivir. Pero digo a los que quieren eliminar mi voz: ‘Estoy lista, donde quiera y cuando quiera que ataquéis. Podéis cortar una flor, pero no podéis detener la primavera.’”

 

La historia de Malalai Joya vuelve al revés todo lo que nos han dicho sobre Afganistán. En la retórica oficial, ella representa lo que ha sido el motivo de nuestra lucha. Es una joven afgana que estableció una escuela clandestina secreta para niñas bajo los talibanes y – cuando fueron derrocados – tiró la burka, se presentó de candidata al parlamento, y se enfrentó a los fundamentalistas religiosos.

 

Pero ella dice: “Vuestros gobiernos os han echado polvo a los ojos. No os han dicho la verdad. La situación para las mujeres es ahora tan catastrófica como lo fue durante los talibanes. Vuestros gobiernos han reemplazado el régimen fundamentalista de los talibanes con otro régimen fundamentalista de señores de la guerra. (Es decir) que vuestros soldados están muriendo para eso.” En lugar de ser liberada, está a punto de ser asesinada.

La historia de Joya es la historia de otro Afganistán – el que está detrás de la burka y detrás de la propaganda.

 

“Somos las guardianas de nuestras hermanas”.

 

Me reuní con Joya en un apartamento londinense donde vive con una partidaria durante una semana, para hablar de sus memorias – pero incluso aquí hay que mantener en secreto sus desplazamientos, mientras va de un piso franco a otro. Me dicen que no mencione su ubicación a nadie. Está de pie en el pasillo, pequeña y delgada, con sus cabellos fluyendo libremente, y me saluda con un fuerte apretón de manos. Pero, cuando nuestro fotógrafo toma su foto, comienza a reírse como una niña: la tristeza que refleja su pálida cara se desvanece, y se deshace en alegres risitas. “¡Me cuesta acostumbrarme a esto!” dice.

Luego, cuando me siento con ella para hablar de la historia de su vida, el dolor vuelve a inundar su cara. Su cuerpo se tensa y sus puños se cierran.

Joya tenía cuadro días cuando la Unión Soviética invadió Afganistán. Ese día, su padre abandonó sus estudios para combatir al ejército comunista invasor, y desapareció en las montañas. Ella dice: “Desde entonces, todo lo que hemos conocido ha sido la guerra.”

Su más temprano recuerdo es que estaba agarrada de las piernas de su madre mientras los policías registraban de arriba abajo su casa buscando evidencia del lugar en el que se ocultaba su padre.

Su madre analfabeta trató de mantener vivos lo mejor posible a sus 10 hijos. Cuando la policía se hizo demasiado agresiva, llevó a sus niños a campos de refugiados al otro lado de la frontera en Irán. En esas inmundas ciudades de carpas ubicadas en la antigua Ruta de la Seda, los afganos se aglomeraban y eran tratados como ciudadanos de segunda clase por Irán. De noche, animales salvajes entraban a las carpas y atacaban a los niños. Allí, la familia recibió la noticia de que el padre de Joya había sido muerto por una mina terrestre – pero estaba vivo, después de perder una pierna.

No había escuelas en los campos iraníes, y la madre de Joya estaba determinada de que sus hijas recibieran la educación que ella nunca había tenido. De modo que huyeron de nuevo, a campos en Pakistán Occidental. Allí, Joya comenzó a leer – y fue transformada. “Dime lo que lees y te diré quién eres,” dice. Desde los primeros años de su adolescencia, inhaló toda la literatura que podía – desde la poesía persa hasta los dramas de Bertolt Brecht y los discursos de Martin Luther King. Comenzó a transmitir su recién descubierta alfabetización a las mujeres mayores en los campos, incluida su propia madre.

 

Pronto descubrió que le encantaba enseñar – y, al cumplir 16 años, una obra benéfica llamada Organización para la Promoción de las Capacidades de Mujeres Afganas (OPAWC) le hizo una atrevida sugerencia: ve a Afganistán y establece una escuela secreta para niñas, bajo las narices de la tiranía talibán.

 

De modo que tomó la poca ropa que tenía y fue llevada secretamente a través de la frontera – y comenzaron “los mejores días de mi vida.” Odiaba tener que ponerse una burka, ser acosada en las calles por la omnipresente policía “de vicio y virtud”, y estar bajo la amenaza constante de ser descubierta y ejecutada. Pero dice que valió la pena por las pequeñas. “Cada vez que una nueva niña entraba a la clase, era un triunfo,” dice, resplandeciente. “No hay nada mejor.”

 

Apenas logró evitar ser descubierta, una y otra vez. Una vez estaba enseñando a una clase de muchachas en el sótano de una familia cuando la madre gritó repentinamente: “¡talibanes! ¡talibanes!” Joya dice: “Dije a mis estudiantes que se acostaran en el suelo y permanecieran totalmente silenciosas. Oímos pasos arriba y esperamos mucho tiempo.” En muchas ocasiones, hombres y mujeres corrientes – extraños anónimos – le ayudaron enviando a la policía en la dirección equivocada. Agrega: “Cada día en Afganistán, incluso ahora, cientos si no miles de mujeres comunes realizan esos pequeños gestos de solidaridad mutua. Somos las guardianas de nuestras hermanas.”

 

La obra benéfica quedó tan impresionada con su persona que la nombró directora. Joya decidió establecer una clínica para mujeres pobres justo antes de los ataques del 11-S. Cando comenzó la invasión estadounidense, los talibanes huyeron de su provincia, pero las bombas siguieron cayendo. “Se perdieron innecesariamente muchas vidas, igual que en la tragedia del 11 de septiembre,” dice. “El ruido era aterrador, y los niños se tapaban los oídos y gritaban y lloraban. El humo y el polvo llenaban el aire con cada bomba que caía.”

 

En cuanto los talibanes se retiraron, fueron reemplazados por los señores de la guerra que habían gobernado Afganistán justo antes. Joya dice que, en ese momento:

 

 “me di cuenta de que los derechos de las mujeres habían sido traicionados por completo… La mayoría de la gente en Occidente ha sido llevada a creer que la intolerancia y la brutalidad hacia las mujeres en Afganistán comenzaron con el régimen talibán. Pero es una mentira. Muchas de las peores atrocidades fueron cometidas por los fundamentalistas muyahidines durante la guerra civil entre 1991 y 1996. Ellos introdujeron las leyes que oprimían a las mujeres, seguidas por los talibanes… y ahora volvían al poder, respaldados por EE.UU. Volvieron de inmediato a su antigua costumbre de utilizar la violación para castigar a sus enemigos y recompensar a sus combatientes.”

8 de Marzo,
Día Internacional
de la MujerLa situación para las mujeres
es ahora tan catastrófica como
lo fue durante los talibanes"
Mi país todavía no
ha sido liberado:
aún se encuentra
bajo el control de
los señores de la
guerra y la OTAN
sólo refuerza
su poder 
Malalai Joya: Mujer afganaCuadro de texto: Los señores de la guerra “han gobernado Afganistán desde entonces,” agrega. Mientras “se ha creado un simulacro de parlamento en Kabul para uso en EE.UU.,” el verdadero poder “está en manos de esos fundamentalistas que gobiernan en todas partes fuera de Kabul.” Como ejemplo, nombra al ex gobernador de Herat Khan. Estableció sus propios escuadrones de “vicio y virtud” que aterrorizaron a las mujeres y destruyeron casetes de vídeo y música. Tenía sus propias “milicias privadas, cárceles privadas”. La constitución de Afganistán es irrelevante en esos feudos privados.
Joya descubrió exactamente lo que eso significaba cuando comenzó a establecer la clínica – un señor de la guerra local anunció que no sería permitida, ya que era mujer y crítica del fundamentalismo. Lo hizo igual, y decidió enfrentar a ese fundamentalista presentándose a la elección para la Loya jirga (“reunión de los ancianos”) para elaborar la nueva constitución afgana. Hubo un gran movimiento de apoyo para esa muchacha que quería construir una clínica – y fue elegida. “Resultó ser que mi misión,” dice, “sería denunciar la verdadera naturaleza de la jirga desde adentro.”
“Nunca volví a estar segura.”

Al pasar ante las cámaras de televisión del mundo hacia la Loya jirga, lo primero que Joya vio fue “una larga fila con algunos de los peores abusadores de los derechos humanos que nuestro país haya jamás visto – señores de la guerra, criminales de guerra y fascistas.”
Pudo ver a los hombres que invitaron al país a Osama bin Laden, los hombres que introdujeron las leyes misóginas que después fueron seguidas por los talibanes, los hombres que habían masacrado civiles afganos. Algunos llegaron allí mediante la intimidación del electorado, otros mediante el fraude electoral, y aún más que fueron simplemente nombrados por Hamid Karzai, el ex petrolero instalado por el ejército de EE.UU. para que gobernara el país. Pensó en un antiguo dicho afgano: “Es el mismo asno, con montura nueva.”
Por un momento, mientras esos viejos asesinos comenzaban a pronunciar largos discursos congratulándose por la transición a la democracia, Joya se sintió nerviosa. Pero entonces, dice: “Recordé la opresión que enfrentamos como mujeres en mi país, y mi nerviosismo se evaporó, para ser reemplazado por la cólera.”
Cuando le tocó su turno, se levantó, miró alrededor a los ensangrentados señores de la guerra y comenzó a hablar. “¿Por qué permitimos que haya criminales presentes? Son responsables por la situación en la que estamos… Son ellos los que convirtieron nuestro país en el centro de guerras nacionales e internacionales. Son los elementos más contrarios a las mujeres en nuestra sociedad que han puesto a nuestro país en este estado y quieren volver a hacer lo mismo… En su lugar deberían ser procesados en los tribunales nacionales e internacionales.”
Esos señores de la guerra – que alardean de ser duros – no pudieron hacer frente a una esbelta joven que decía la verdad. Comenzaron a gritar y a aullar, llamándola “prostituta” e “infiel”, y a arrojarle botellas. Un hombre trató de golpearla en la cara. Le cortaron el micrófono y la jirga se convirtió en un disturbio.